Capítulo 5. Chanquete no ha muerto (Serbia, Bulgaria, Grecia y Turquía).

Día a día vamos perdiendo la noción espacio-tiempo. A menudo me despierto por la mañana y pienso “¿Dónde estoy?”. La vista se va aclarando a medida que voy parpadeando los ojos y lentamente me veo en una habitación desconocida. 

Hemos dormido ya en tantas que se hace difícil responder rápidamente. En no menos de 4 segundos te das cuenta que la respuesta es “en un hotel”, y te acuerdas que estás viajando desde hace tiempo. Es entonces cuando se te aparece la segunda pregunta: “¿En qué país estamos?”. Y después de recordarlo, puedes ir a la tercera: “¿Qué día de la semana es?”. Una sensación de paz y libertad empieza a hacer mella en nuestro cerebro gracias al Señor Stevens (léase capítulo 2), que no para de trabajar eficazmente 24 horas al día. Sin descansar ni un minuto. Como un 7-eleven, que está abierto 7 días a la semana, 365 al año, y sin embargo tienen un paño en la puerta.

Pero lentamente, con esfuerzo, vas recobrando la memoria y te acuerdas de cada recuerdo, alguno de los cuales va quedando más y más lejos. Hemos vivido ya tantas cosas que nuestro paso por Venecia, por ejemplo, ya lo vemos un poco borroso. Entre la ciudad de los canales y Estambul, que es donde estamos ahora, hemos almacenado tantas imágenes en nuestro cerebro que parece que paseamos por Venecia ya hace meses. Y de esa visita no hace más de 20 días.

Por este motivo, antes de que se nos borren del todo, esta crónica nos servirá a nosotros para recordar cómo llegamos aquí desde Mostar cuando seamos abuelos y vivamos en una residencia (ojalá sea la de Campdevànol y que mi vecino de habitación de la izquierda sea mi amigo Ritchie en el de la derecha sea Ojen), y a ti para entretenerte un poco y animarte a cerrar la tele, sobretodo si estás viendo Tele5 y toda esa fauna de personajes con la cara hinchada de las tantas operaciones a las que se han sometido y las venas del cuello a punto de explotar de lo tanto que se gritan desde hace ya taaaaantos años y que hablan horas y horas de quién se ha tirado un pedo y lo fuerte que es eso, o de quién ha ido a comprar pan a una panadería donde también había magdalenas.

Cualquier cosa es mejor para entretenerse que la tele. Como este acertijo, titulado «Muerte en el campo«, cuya solución encontrarás al final de la presente crónica. Dice así:

«Un hombre yace muerto en un campo. A su lado hay un paquete sin abrir. No hay ninguna otra criatura en el campo. ¿Cómo murió?»

Una pista: El hombre sabía que iba a morir conforme se acercaba al lugar.

El contraste entre las carreteras de Bosnia-Herzegovina y las de Serbia fue bastante brusco. Vas conduciendo por una semi desértica, cruzas ese fabuloso invento creado por el hombre llamado “frontera”, y de repente van apareciendo coches por todas partes. Parece que volvamos a estar conduciendo por Europa, como si Bosnia hubiera sido un paréntesis en el trayecto.

Fruto del accidente en Croacia, al llegar a Cacak teníamos un objetivo claro: cambiar el neumático trasero. Y lo queríamos hacer rápido, porque sabemos que a medida que nos vayamos acercando a Asia será una tarea más complicada. Cada vez es más difícil ver una moto como Richard.

Entramos en Cacak casi por la noche, y preguntamos a un chico que hay en la calle si conoce algún taller mecánico cerca. Y es en ese instante cuando empezaríamos a entender cómo es la gente de ese país. Tan pronto como preguntamos, saca su móvil y empieza a hablar con alguien. Cuelga y vuelve a realizar otra llamada. Al colgar, aparece su novia que sale del edificio de enfrente, se suben a un coche y nos dicen que les sigamos. El destino es un pequeño taller de motos. Al ser ya tarde, está cerrado. Les damos las gracias a la pareja, pero no nos quieren abandonar sin antes acompañarnos a un hotel. Les seguimos, y cuando lo encontramos, hasta nos pide la habitación y nos acompaña al garaje. Le damos mil gracias y nos deseamos una muy buena vida.

Por la mañana siguiente nos dirigimos al taller, donde le exponemos al mecánico la necesidad de cambiar el neumático. Después de mirar tutoriales por el youtube y de realizar algunas llamadas, al no hablar inglés, como puede nos dice que volvamos a las 15h.

Aprovechamos esas horas para buscar otro hotel más económico. Lo encontramos al lado de la carretera nacional, y esperamos hasta las 14.45h, momento en el que nos montamos a los lomos de Richard y nos dirigimos de nuevo al taller. Al llegar, vemos que está lleno de gente, que se presentan diciendo que son como nosotros: unos fanáticos de las dos ruedas, sobretodo de Aprilia. Han venido a conocer a unos locos que han decidido realizar su sueño de ir de Barcelona a Sydney con moto. ¡Pues encantados!

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El mecánico nos comenta que el neumático viene de Belgrado en autobús, y que finalmente llegará hacia las 18h. Es entonces cuando uno de sus amigos, Zoran, decide subirnos en su coche y llevarnos a una terracita a tomar algo para matar el tiempo y conocernos un poco más. Y así van pasando las horas, hasta que volvemos al taller y el mecánico se va de su tienda con la rueda trasera y desaparece durante otra hora. Mientras lo esperamos en su tienda sentados en unos taburetes de madera con las patas muy cortas llega Petar, un buen amigo de Zoran, que también nos cuenta un montón de cosas de Serbia y también de Australia, donde parece tener unos amigos. Y cuando ya casi se ha hecho de noche, vemos como vuelve el mecánico. Aparca su coche, se baja, abre la puerta trasera con mucho suspense, y vemos como alza la rueda con el neumático nuevo. ¡Genial! Otro problema solucionado hasta que lo volvamos a tener de aquí unos miles de kilómetros. Como no puede ser de otro modo, les damos mil y una gracias, les invitamos a unas cervezas y les animamos a que nos acompañen a Sydney. Dicen que ahora no pueden. Les encantaría, pero lo tienen difícil.

Por la noche volvemos al hotel de carretera, donde planeamos irnos a dormir rápido para levantarnos temprano y conducir hacia Bulgaria. Pero la noche resulta ser lenta. En la planta baja hay una boda y no para de sonar una banda con trompetas y un acordeón que sostiene las notas hasta el infinito y que me recuerda al viejo Chanquete, que ya murió hace tiempo tal y como anunció Pancho en su momento corriendo por la playa llorando sin parar. O quizás era mentira y simuló su muerte para que no le buscasen los mismos del Ayuntamiento que querían embargarle el barco en el episodio en el que cantaban “¡No nos moverán!” y se vino a Serbia en busca de un futuro mejor. Quién sabe.

Bulgaria fue un visto y no visto. Solo nos quedamos una noche. Teníamos prisa por salir de Europa y ver bajar los precios de todo. En dos días cruzamos el país, y a falta de 15 kilómetros para entrar en Turquía, improvisamos y entramos en Grecia para pasar una noche en Orestiada. Queríamos entrar un momento en este país para comprobar a qué olía. No sabemos si es porque era un domingo, pero esta ciudad de 21.000 habitantes resultó ser un poco deprimente, al menos en las afueras. Parecía que hubiéramos entrado en uno de los episodios de “Dimensión desconocida”, ese en el que hay un hombre en una ciudad en la que parece no hay nadie y acaba resultando que está en una maqueta del Iver tren en la que juega un niño gigante. Cabe decir que el centro estaba un poquitín más animado, pero no disimulaba lo que es la tristeza o bien del lugar o bien de todo el país. Pero lo que nos pareció más curioso es que en pleno agosto, de la calle principal aún colgaban lo que parecían las luces de Navidad. Desconocemos si este hecho estará relacionado con la crisis del país.

Grecia-Nadal

Y a la mañana siguiente abordamos la frontera para entrar en Turquía. Por el retrovisor de la moto vimos cómo Europa ya se empezaba a alejar. Entramos en un nuevo camino del trayecto en el que intuimos habrá más piedras, dificultades y aventuras. A través de Turquía nos acercamos a Asia, un continente que teníamos ganas de visitar por su atractivo, contrastes, precios y diferencias.

Hacemos parada en Estambul, una atractiva ciudad tan llena de estrés y de calor que hasta la moto lo nota sobrecalentándose como nunca hasta ahora lo había hecho. Sin embargo todo es perfecto hasta que aparece el primer problema del viaje. No podemos cruzar Pakistán con moto. Es un país con muchos conflictos y el visado no es fácil de obtener. Te hacen esperar dos meses. Y si lo obtienes, que puede que no, durante todo el trayecto vas escoltado por soldados con metralletas que te acompañan hasta la frontera con India. Por todos estos motivos, muy a nuestro pesar, decidimos no arriesgar y enviar a Richard a Bombay. Nos hubiera encantado cruzar Pakistán. Seguro que es precioso. Pero nos consolamos pensando que en la India y en Nepal también viviremos y veremos cosas espectaculares.

Por este motivo, nos pasamos los primeros días averiguando cómo podemos enviar la moto a Bombay. Empezamos visitando el aeropuerto, donde nos envían a un pequeño ecosistema lleno de pequeñas tiendas que se dedican a enviar paquetes a todo el mundo. Las visitamos una a una, y es difícil comunicarnos, pues casi nadie habla inglés, hasta que encontramos a Osama (que nos remarca que no es Bin Laden). Nos dice que enviar la moto es súper complicado y caro. Solo la caja nos valdrá unos 300 euros. Lo estudiará y nos llamará para decírnoslo. Y cuando llega al noche, recibimos su llamada. La broma nos costaría unos 2.500 euros. Va a ser que no.

Entonces optamos por la otra vía: ir al puerto a ver si la podemos enviar por mar. Después de muchas entrevistas en varias oficinas donde la mitad de sus trabajadores dejan de trabajar para atendernos realizando mil llamadas y ofreciéndonos pasteles mientras esperamos, todos nos acaban comentando que es casi imposible. Solo se puede hacer si eres una empresa. Si eres un particular, la cosa cambia. No obstante, a través de uno de los contactos llegamos a las oficinas de una empresa del WTC, que nos comenta la puede enviar por unos 700 euros. Perfecto. El problema es que tardará casi un mes en llegar a Bombay. Pero no tenemos otra opción. No somos ricos, y no tenemos los suficientes espónsors.

Si te fijas verás que has leído el proceso del envío en dos párrafos, pero en tiempo real duró unos 5 o 6 días, que fueron muy movidos y estresantes. Moverse por aquí es muy complicado, y no paramos de visitar oficinas y más oficinas, algunas de las cuales estaban a 25 kilómetros de distancia. Y aquí el tráfico no es el mismo que el que hay para ir de Ripoll a Olot, por poner un ejemplo. Además del intenso calor, de no saber del cierto dónde vas, pues las calles no aparecen en el google maps y aquí casi nadie habla inglés.

Pero un día, no sabes exactamente cómo, por fin te encuentras en el puerto ante un container gigante abierto con Richard al lado esperando a que te den la órden para entrarla y atarla. Y todo gracias a Hakan, un chico que trabaja en unas oficinas del mismo puerto que nos ayudó con toda la burocracia, que no es poca: cruzar la frontera, sellar el carnet de passages (el pasaporte de la moto), tratar con la policía para revisar el equipaje, tratar con los trabajadores del puerto, y firmar mil papeles que aún hoy no sabemos de qué trataban. Solo ese proceso nos llevó unas 10 horas. Y por si fuera poco, al final del día, con sus compañeros de trabajo, nos subieron a su coche y nos acompañaron al centro de Istambul.

Motobarco

Durante el trayecto les contamos lo que nos ocurrió con la moto la noche anterior. Eran altas horas de la mañana, cuando ya hacía horas que dormíamos y cuando personalmente estaba disfrutando de un sueño que resumía nuestro viaje desde Dubrovnik hasta Istambul, fue cuando la alarma de Richard me despertó. Estábamos en un tercer piso y la oíamos como si estuviera bajo nuestra misma sábana. Salté de la cama como un canguro, me puse los pantalones botando como un conejo y bajé por las escaleras corriendo como un gato asustado. Al llegar a la moto apagué la alarma y miré a ambos lados de la calle. Solo vi al chico que trabaja en el hotel y a un par de sus amigos. Fue entonces cuando se me acercó riendo y me dijo que había sido él. Quería hacerse una foto con Richard. Qué miedo tengo cuando pienso en lo que nos puede ocurrir en la India.

Y ya está. Por fin teníamos el problema del envío de la moto solucionado. A partir de ese momento podíamos relajarnos y dedicar el tiempo a visitar la ciudad donde la palabra “otel” se escribe sin “h”, donde cada día unos altavoces te despiertan con cantos a las 5 de la mañana, y donde puedes encontrar un “frigodedo” en cualquier heladería. Aprovechamos nuestros días para visitar hasta su último rincón, especialmente el Gran Bazaar, que hacía años quería ver con mis propios ojos. Sin embargo, aunque es muy interesante, me decepcionó un poco. Lo esperaba más grande, con más bullicio, más gritos, y sobretodo más locura. Lo veo ordenado, educado, limpio. Es genial y obligatorio, pero no es lo que esperábamos. En cambio, las mezquitas Aya Sofía y Sultan Ahmet sí que impresionan. No solo los edificios en sí te dejan con la boca abierta. Los rituales que realizan los creyentes en su interior también nos dejan impresionados.

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Una de las tardes quedamos con Hakan para tomar un café desde una terracita de ensueño. Fue un rato encantador que nos ayudó a conocer un poco más el país, pues nos habló abiertamente de todo. ¡Mil gracias por tu compañía y ayuda, Hakan!

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Y así fueron pasando los días hasta que tuvimos que coger el vuelo para ir a Bombay. Se acababa una etapa del viaje. A partir de ese momento todo sería diferente. Otro continente, otras experiencias. Lo peor que podría pasar ahora es que uno de los dos sufriera un ataque de apendicitis en pleno vuelo, para esperar ser operado en un hospital de Bombay.

*Soñar es gratis, pero para realizar algunos, necesitas ayuda. Este trocito de sueño ha cobrado vida gracias a APIC – Asia Pacific International CollegeGo Study Australiafoto24 Dynamic Line, gracias a nuestros colaboradores, y sobretodo gracias a ti. Y no lo olvides: Si puedes soñarlo, puedes hacerlo.

 

CURIOSIDAD.

El 90% se olvida. ¿Cuántas veces nos hemos despertado en mitad de la noche con el sueño que acabamos de tener completamente nítido en la memoria y, tras volver a dormirnos y levantarnos, no recordamos nada? Si son pesadillas, no nos importa eliminar de los recuerdos esos sueños desagradables. La cosa cambia cuando el sueño nos resultaba placentero y tampoco conseguimos recuperarlo del olvido. Para bien o para mal, sólo recordamos el 10 por ciento de los sueños.

DEDICACIÓN.

Como el pasado siempre está presente en nuestro viaje, esta crónica está dedicada a mis amigos de Barcelona, Sergi Coulibaly, Jordi Bransuela, Reif Berdegué, Marta Nonell y Assumpta Planas, y a los que coincidí en Tiempo BBDO, en especial a Javi, Dani, Manu, Ferran, Alberto, Ariadna, Miguel y Ramon. A cada uno de ellos, un especial abrazo de esos que dejan sin respiración, pero solo durante unos segundos. Más tiempo podría ahogarnos a todos.

SOLUCIÓN AL ACERTIJO:

El hombre había saltado de un avión con un paracaídas que no se abrió. Ese era el paquete que tenía a su lado.

CONTACTO ÚTIL:

Mecánico que nos cambió el neumático:
Moto servis Bogicevic.
Pedrag Bogicevic.
S. Prvovencanog 55.
Cacak.
Serbia.
Tel. 032333201.

INSPIRACIÓN: «EL SUEÑO»

Si el sueño fuera (como dicen) una
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué, si te despiertan bruscamente,
sientes que te han robado una fortuna?

¿Por qué es tan triste madrugar? La hora
nos despoja de un don inconcebible,
tan íntimo que sólo es traducible
en un sopor que la vigilia dora

de sueños, que bien pueden ser reflejos
truncos de los tesoros de la sombra,
de un orbe intemporal que no se nombra

y que el día deforma en sus espejos.
¿Quién serás esta noche en el oscuro
sueño, del otro lado de su muro?

JORGE LUIS BORGES.

Frase2

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