Capítulo 7. Mono de moto (India – parte II).
Si pisar una mierda significa tener buena suerte, a estas alturas del sueño debería ser el hombre más afortunado del planeta. Y no solo porque haya aplastado más de una, sino que también porque he pisado de todo tipo: de vaca, de perro, elefante, humanas y vete tú a saber de qué otro animal.
Pero desafortunadamente este no es el caso. Hace ya casi un mes que llegamos a Colva Beach, un pueblecito de Goa, el estado más pequeño de la India famoso por la visita de miles de hippies procedentes de todo el mundo. Y digo que no tenemos suerte porque aún no nos ha llegado la moto. Nos dijeron que tardaría unos 25 días, y al final serán unos 40. Estamos un poco desesperados, porque además que esta situación nos tambalea un poco el viaje, ya nos conocemos cada metro del pueblo. Y por si fuera poco es época de monzones y llueve casi cada día. Los primeros días brillaba un sol radiante, pero empecé a sospechar que algo no iría bien cuando tomando un batido de chocolate en una terraza del pueblo vi a una nativa con un paragua. Con el calor y el sol que hacía, no lo acabé de entender. Un mes después de estar por aquí, ahora me encaja perfectamente. Aquí te puedes levantar por la mañana bajo un sol arrollador, y en un minuto puede caer una tormenta perfecta que te puede reventar el paraguas.
Total, que así están las cosas y así te las contamos. Como en los viajes lo importante no es el destino sino el trayecto, intentaremos disfrutar de cada día al máximo bajo estas circunstancias y también aprovecharemos para descansar, intentar comer bien y cargar pilas. Nos espera un viaje al puerto de Bombay que seguro será estresante, y una ruta por el interior del país llena de sorpresas después.
Por el momento nos alojamos en un hotel que nos otorga todo lo que ahora necesitamos: tranquilidad, buen precio, buena compañía, limpieza, buena comida e incluso una piscina. Gracias a él, el tiempo pesa menos. Además, por problemas con el agua nos cambiaron de habitación. Como es temporada baja y ya nos conocemos, nos enviaron a una de las suittes del hotel con tele en la que se puede ver el HBO, un canal en el que no paran de dar pelis. También aprovechamos para leer un poco, como el libro titulado Sifarnodo de mi amigo JuanDe Sáez Clavijo, un poeta que trabaja en Dynamic Line del cual os apunto un extracto que encaja perfectamente con el espíritu de nuestro proyecto:
“Necesito la ropa tendida, necesito un cajón de recuerdos, necesito un armario de invierno repleto de vida y de sueños, necesito una macetita donde enterrar los miedos, necesito un rincón en la cama donde mirar hacia el norte y de una vez, de verdad necesito, que al llegar la luz del día, mi maleta yazca vacía”.
Durante estos días hemos hecho un poco de todo, empezando por visitar el peluquero para poner mi pelo a raya, que andaba a sus anchas desde ya hacía semanas. Visitar el Sai Hair cutting saloon fue toda una experiencia. Como siempre que entras en un lugar así, solo tienes una opción: dejarte llevar. De esta manera, el peluquero hizo gala de sus conocimientos para lograr rebajar el peso de mi cabeza. Para tal cometido, usó unas tijeras oxidadas que al cortar hacían un ruido que estaba muy alejado del ruido que hacen las tijeras acabadas de comprar. También utilizó una navaja para cortar las patillas y la parte posterior del cuello. Como casi no cortaba nada, me raspó la piel hasta dejármela morada. Pero no pasa nada. Yo me adapto a esto y a lo que haga falta. Afinó tanto el trabajo que también me cortó los pilongos, esos pelillos que salen de la oreja, que dicen son símbolo de la entrada del otoño de tu vida. Al no tenerlos, supongo que vuelo a estar en el verano. Y así hasta llegar al final de la sesión, momento en el que dejó todos sus instrumentos en el mostrador y empezó a golpear mi cabeza con sus manos como si tocara unas congas.
En una semana ya nos conocía todo el pueblo. Se trata de una sola calle en el que hay tiendas para turistas a ambos lados. Cada día nos saludaba el niño de la tienda de souvenires, la mujer de la tienda de ropa, la pareja de la tienda de móviles, el taxista, los chicos del rickshaw, el ayudante del conductor de autobuses que no para de gritar «Margaoooo, Margaooooo«, los mecánicos del taller de motos similar al de Can Puntí… Todos. Al no haber más turistas, supongo que dábamos un poco la nota y éramos el blanco de sus miradas y pensamientos. Y gracias a todos ellos pudimos intuir cómo perciben a las mujeres en este país. No sabemos por qué, creemos que son muy optimistas en este sentido. Sobretodo con las extranjeras. Quizás piensen que todas son muy efusivas, liberales y modernas. Por este motivo, hubo muchos diálogos cortos como el de este taxista de unos 50 años con Lore justo cuando nos cruzamos por su lado andando tranquilamente:
Taxista: Hi! Do you want a taxi?
Lore: No, thanks.
Taxista: I love you. See you later.
Pero Lore nunca fue. Más de una persona se acercaba a Lore para tan solo preguntarle “Can we be friends?”, o para tirarse fotos con nosotros, como si fuéramos estrellas de Hollywood.
Como se hace en todas partes de la India, al final de la cada jornada fuimos a ver las famosas puestas de sol, que son todo un ritual. Cuando el astro rey decide acurrucarse con la manta verde de un mar cristalino para despedirse del día es cuando Colva Beach se detiene durante unos instantes y disfruta de un momento mágico que se puede vivir cada atardecer. Y nunca cansa. Siempre quieres más. Son como los pistachos. Nunca tienes suficiente.
Al tener tanto mono de moto, alquilamos una durante dos días. El primero la utilizamos para visitar Panjim, la capital de Goa. Durante el trayecto de 40 kilómetros, además de tenernos que parar intermitentemente durante el camino porque llovía, tuvimos un episodio oscuro con un policía. Aquí puedes ver motos que cargan hasta a cinco personas, una que lleva una escalera de casi tres metros, e incluso hay quien la utiliza para cargar cerdos. Pero no, el poli nos detuvo y nos dijo que nos multaba porque no llevábamos casco. Sorprendido, le pregunté el motivo por el que no paraba a las otras motos mientras le señalaba a la gran cantidad de motoristas que pasaban por nuestro lado, todos sin casco.
El poli, sin decir nada, se llevó mi carnet de conducir a su casilla del lado de la carretera y rellenó una multa, que ascendía a 100 rupias (1,20 euros). Mientras la escribía, le pregunté dónde la tenía que pagar, y me dijo que allí mismo. Fue entonces cuando, felicitándole, le insinué que el dinero era para él. O más bien dicho, se lo dije directamente: “Very nice, very nice. Now you can keep the money”. En el acto, ese poli se levantó, se volvió loco y empezó a gritarme repitiéndome “Don’t tell me thisss” una y otra vez. Todo, mientras me cogía el billete de 100 rupias de mi mano y lo escondía en el bolsillo de la parte trasera de sus pantalones. Al verlo nervioso (dicen que las verdades ofenden), optamos por subirnos rápido a la moto y salir pitando. Hasta que llegamos a Panjim, donde estuvimos medio día. Y como perderse no es en absoluto una pérdida de tiempo, el otro medio lo dedicamos a conocer carreteras misteriosas que nos condujeron a destinos más o menos atractivos. Más que menos.
Unos días más tarde volvimos a alquilar la misma moto. En esta ocasión para visitar Palolem por recomendación de Olguita y Francisquito. Durante el trayecto, nos volvió a salir un poli de la nada que se colocó en medio de la carretera ordenándonos el alto. Supongo que como el de unos días antes, veía un fajo de rupias gigantes conduciendo una moto. Y como no hay nada como la experiencia para saber cómo reaccionar, decidí dar gas a tope a esa movilette roja para hacer algo que nunca había hecho hasta ahora en toda mi vida: darme a la fuga. Y si no lo has hecho nunca no te puedes ni imaginar la sensación de libertad que uno tiene al hacerlo, y más si quien va detrás de ti es tu pareja tronchándose de risa.
Palolem es una ciudad costera, y como todas las de la zona, muy bonita y recomendable. Aprovechamos para comer delante del mar tranquilamente disfrutando de un paisaje de poema, y por la tarde volvimos a Colva Beach, el pueblecito de una calle con el hotel que nos ha hospedado amablemente desde ya hace bastante tiempo.
Abro paréntesis. Mientras escribo esto son las 11 de la noche y hemos percibido a un indio en el pasillo del hotel espiando por la cerradura de la puerta de nuestra habitación. Cierro paréntesis.
Durante este período también celebré mi 40ª aniversario. Y lo hicimos tirando la casa por la ventana: alquilamos otra moto por 2 euros (al ser nueva, el propietario nos dijo que no tenía seguro porque no lo necesitaba) y visitamos de nuevo Panjim para ir a la mejor pastelería de Goa a comer dos donuts de chocolate con nata artesanales. Y por la tarde tuve una experiencia vital fruto del regalo que me preparó Lore. El recepcionista del hotel resultó ser también el fisioterapeuta del Resort y me hizo un masaje indio con aceites que no olvidaré en mi vida. Me hizo entrar en una casita diminuta (si digo “casita” no puede tener otro tamaño), y en ella vi una camilla llena de pétalos y oí música máquina sonando a bajo volumen, todo bajo una luz tenue, casi ausente. Entonces me saqué la camisa y me dejé puesto el bañador. “Take off, take off”, me repitió. Y así fue cómo me quedé desnudo ante un indio. Me hizo poner boca abajo y me empezó a untar con aceite toda la parte trasera, incluido el culo. Al cabo de unos 20 minutos me hizo girar y me repasó toda la parte delantera. Me puso aceite en las orejas, párpados y hasta se detuvo un minuto en mi garganta acariciándola suavemente. Afortunadamente esquivó en todo momento mis partes nobles. Yo me adapto a todo, pero esto sí que no lo hubiera permitido. Soy de plastilina, ¡pero tanto! Y así hasta que acabó un masaje en el que en un par de veces casi me parto de risa por verme en esa situación, una situación muy parecida a otra que tuve en Barcelona con mi amigo Javi, Dani y Manu. En esa ocasión sí que no me pude aguantar y en medio del silencio se me escapó una risa en pleno masaje que oyeron hasta los clientes del piso de arriba mientras nos masajeaban a los cuatro en la misma habitación.
Fue entonces cuando el recepcionista acabó con uno de sus tantos cometidos en el Resort y me hizo levantar. Allí estaba en pie, lleno de aceite por todo el cuerpo con pétalos pegados en todas partes, hasta en el miembro viril. Me puse el bañador intentando que no se pegara mucho en mi cuerpo y me fui a la habitación procurando no resbalar para ducharme rápidamente.
Y así fueron pasando los días. Con experiencias divertidas acompañadas de mucha paz y tranquilidad. Pero a día de hoy ya estamos un poco cansados. Tenemos ganas de que Richard vuelva. Tenemos ganas de continuar dando forma a nuestro sueño para que al final su huella no sea menos real que la de una pisada. Conducir por el interior de la India tiene que ser espectacular. Pero esa es otra historia que aún no ha llegado y desconocemos cómo será. Y como es de mala educación hablar con la cabeza bacía, aquí lo dejamos. Si quieres, nos vemos en el próximo capítulo. Estás invitado. Y ésta no es de esas invitaciones en las que luego te encuentras que debes pagar para obtener algo. Es totalmente gratis. Y sin trampas. No como el Facebook.
*Soñar es gratis, pero para realizar algunos, necesitas ayuda. Este trocito de sueño ha cobrado vida gracias a APIC – Asia Pacific International College, Go Study Australia,Foto24 y Dynamic Line, gracias a nuestros colaboradores, y sobretodo gracias a ti. Y no lo olvides: Si puedes soñarlo, puedes hacerlo.
CURIOSIDAD.
Soñar borra el dolor. Cuando soñamos, concretamente en la fase REM del sueño, las sustancias químicas generadoras de estrés dejan de producirse y el cerebro procesa las experiencias emocionales del día a la vez que suaviza los recuerdos negativos o dolorosos, tal y como concluía recientemente un estudio neurocientífico de la Universidad de California en Berkeley.
DEDICACIÓN.
Va por vosotros: Patas e Irene, David Guimerà, Andrada y Claudiu, mis ex socios Eudalt Rota y Arnau Birba, mis amigos de Campdrodon Jesús Vilarrassa y Xevi Moret, Joan Casademont y David García, y Montse Casamitjana y Lidia Raurell de mi divertida etapa en La Molina. Una pizca de sal es importante en la vida. Muchos de los recuerdos que tengo están al punto gracias a la vuestra.
INSPIRACIÓN: «SÓLO EN SUEÑOS»
Sólo en sueños,
sólo en el otro mundo del sueño te consigo,
a ciertas horas, cuando cierro puertas
detrás de mí.
¡Con qué desprecio he visto a los que sueñan,
y ahora estoy preso en su sortilegio,
atrapado en su red!
¡Con qué morboso deleite te introduzco
en la casa abandonada, y te amo mil veces
de la misma manera distinta!
Esos sitios que tú y yo conocemos
nos esperan todas las noches
como una vieja cama
y hay cosas en lo oscuro que nos sonríen.
Me gusta decirte lo de siempre
y mis manos adoran tu pelo
y te estrecho, poco a poco, hasta mi sangre.
Pequeña y dulce, te abrazas a mi abrazo,
y con mi mano en tu boca, te busco y te busco.
A veces lo recuerdo. A veces
sólo el cuerpo cansado me lo dice.
Al duro amanecer estás desvaneciéndote
y entre mis brazos sólo queda tu sombra.
JAIME SABINES.
Molt xula, la crònica. Quines peripècies! Ens encanta que les compartiu amb nosaltres. Bona sort!
Merci Isabel! Diga-li al Sergi que hauria de provar de fer massatges amb pètals i oli. Segur que tindria un munt de clientela! Una abraçada des de Cambodia!!!!